Sevilla es una de tantas ciudades en Europa en las que si escarbas un poco salen a la luz valiosos tesoros de antiguas civilizaciones. Algunos de ellos se han hecho realmente famosos, como el Tesoro del Carambolo. Si bien esta joya de la época tartessa, fabricada entre el VII y el V a. C., apareció en la localidad de Camas, su copia se expone en el Museo Arqueológico hispalense situado en el Parque de María Luisa pues, a pesar de lo que algunos creen, el original realmente se guarda con celo en una entidad bancaria.
Los restos tartessos, fenicios, cartagineses, romanos, visigodos, almorávides, almohades y cristianos están ahí, bajo nuestros pies. Caminamos sobre ellos cada día y no somos conscientes de ello hasta que se realiza alguna excavación, normalmente relacionada con alguna obra en la vía pública. Sevilla presenta uno de los cascos antiguos más extensos de Europa, y su paso por la Historia no deja indiferente al agitado siglo XXI que, cuando apaga su móvil, todavía encuentra tiempo para apreciar y valorar lo que tiene.
Las murallas de la ciudad, construidas por vez primera por los cartagineses a modo de empalizada, llegaron a alcanzar un perímetro de 7,3 kilómetros ya en época cristiana. El tramo más importante que se puede contemplar hoy en día se encuentra en el barrio de la Macarena, frente al Parlamento de Andalucía. La distancia entra la Puerta de la Macarena y la Puerta de Córdoba alcanza los 536 metros de longitud y, junto con algún tramo más disperso por la ciudad, y el postigo del aceite y del alcázar, es todo lo que queda en superficie de los antiguos lindes de la capital, que mantienen un aspecto principalmente almohade. El resto, alrededor de un 70%, según palabras del arquitecto José García-Tapial, se encuentran bajo tierra. Es decir, unos cinco kilómetros de muralla.
Restos en la calle Mateos Gago
En 1989, unas obras realizadas en la calzada de Mateos Gago – antigua calle de la Borceguinería – pusieron de manifiesto que por allí pasaba el cerco que separaba el barrio judío del resto de la ciudad. El espacio, que hoy comprende gran parte de lo que es el barrio de Santa Cruz, fue impuesto a los sefardíes por orden expresa de Fernando III tras la Reconquista de Sevilla en 1248. El barrio se convirtió, en su momento de mayor esplendor, en el segundo barrio judío más poblado de toda la Península, tan sólo superado por el de Toledo.
La participación del pueblo hebreo en el desarrollo económico, científico y cultural de la ciudad es indiscutible, viviendo su edad dorada entre los siglos VIII y X, en convivencia con los árabes. De la antigua judería apenas quedan restos, pues los avatares sufridos por los sefardíes, con continuas persecuciones y la masacre de 1391, así como su expulsión definitiva en 1492, llevó a la desaparición de las cuatro sinagogas que llegó a tener Sevilla.
Se sabe que los límites de este distrito se extendían aproximadamente desde la Plaza Virgen de los Reyes hasta la actual parroquia de San Bartolomé. Para acceder a este recinto aislado de la ciudad había que hacerlo a través de una pequeña puerta a la altura de la calle Mesón del Moro, o bien desde la Puerta de la Carne. Parte de los muros del Alcázar servían también como paramentos que protegían a esta comunidad. Es por ello que en la parte sur de la ciudad confluía un entramado de lienzos de murallas interiores de la ciudadela del Real Alcázar con el cerco del barrio sefardí, mientras que en el resto de la ciudad se mantenía una línea de defensa mucho más uniforme.
Estos muros vivieron numerosas batallas, sufriendo las embestidas de los vikingos en el siglo IX o de los propios cristianos en la toma de la ciudad en el siglo XIII; vieron incluso cómo acababan con su estructura los caprichos del primer califa de Córdoba, Abderramán III, con el objetivo de marcar las distancias con las pretensiones del poder sevillano, allá por el siglo X; fueron testigos de la entrada de personajes tan importantes como los Reyes Católicos en su guerra contra el Reino de Granada, o el emperador Carlos V en su llegada a la ciudad para casarse en el Alcázar con su prima Isabel de Portugal; ya en el siglo XIX, fueron los primeros en avistar las tropas napoleónicas para, más tarde, como ocurrió en la inmensa mayoría de las ciudades españolas, ser derribados en prácticamente su totalidad debido a las reformas urbanas emprendidas durante el reinado de Isabel II.
Así pues, aunque muchas se encuentren escondidas y no las veamos, estas murallas están a tus pies y cargan sin lugar a dudas con un importante peso de la Historia de Sevilla.

Somos Víctor Fernández (Lic. Comunicación Audiovisual y Máster en Periodismo) y Clara Nebrera (Lic. Bellas Artes), fundadores de la marca Macarena Tours, conformada por un equipo de guías turísticos oficiales especializados en visitas privadas en Sevilla y alrededores.

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